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EL RESCATE DE CRISTO

  • Foto del escritor: Pastor Manuel Sheran
    Pastor Manuel Sheran
  • 2 mar 2022
  • 4 Min. de lectura


Pr. Manuel Sheran


Gálatas 3:13 Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero),


El pueblo judío esta plagado de historias de rescate. Cuando uno busca entre las paginas de su historia, uno se encuentra con grandes héroes como Moisés, Josué, los jueces Otoniel, Gedeón, Sansón, etc. Aun en la edad contemporánea tenemos personajes como Moshe Dayan, Yoni Netanyahu, Yitzhac Rabin, entre otros. Héroes que se inmolaron, dieron su vida en rescate de sus compatriotas. Aunque con fines políticos, militares o ambiciones personales, es admirable su compromiso con la causa al punto de dar su vida por ella.


A pesar de que todas las historias y biografías de estos hombres que pasaron al salón de la fama en la nación de Israel, ninguna de ellas tiene comparación, trascendencia e impacto, en este mundo, así como en el venidero como el espectacular recate cósmico de Cristo por sus escogidos. Digo cósmico porque su obra de redención trasciende más allá de nuestro mundo, afecta toda la creación, tanto visible como invisible. Así en la tierra como en el cielo [ para sus santos ángeles escogidos (1 Tim 5:21)]


Ninguno de esos rescates anteriores tuvo la importancia que tuvo el rescate de Cristo. A pesar de ello, el sacrificio de Cristo no es ni aceptado ni reconocido como el más grande de la historia de la humanidad en ningún libro de historia ni salón de la fama. ¿Y porque fue tan importante? Miremos en que consistió su rescate y las partes involucradas:


En primer lugar, el redentor, el que realizo la obra de rescate, es Cristo, el Hijo de Dios. Él fue designado y llamado a esta obra por su Padre, y a lo cual él mismo accedió. Los profetas hablaron de el bajo este carácter. Y el vino como tal, para obtener una eterna redención (rescate), para la cual estaba abundantemente capacitado. Como hombre, era un descendiente cercano, a quien pertenecía el derecho de redención. Y como Dios, Él pudo lograrlo.


En segundo lugar, las personas redimidas somos "nosotros", los elegidos de Dios, tanto judíos como gentiles. Un pueblo peculiar, el pueblo de Cristo, que el Padre le dio. Un grupo selecto (porque no es todo el mundo) compuesto de gente de todo linaje, lengua, pueblo y nación.


En tercer lugar, La victoria alcanzada para nosotros es la redención. El acto de comprarnos nuevamente, como la palabra redimir lo implica. Esto porque antes éramos suyos por don del Padre, y ahora nos ha comprado con el precio de su propia sangre. De esta forma nos ha librado "de la maldición de la ley". O sea, de su sentencia de condenación y muerte, y la ejecución de esta.


Todo lo anterior con el firme propósito de que nunca seamos dañados por dicha maldición. En virtud de que él ya nos ha librado de su ira venidera sobre sus enemigos, y nos ha redimido de la muerte segunda. Lo que la escritura llama: el lago que arde con fuego y azufre.

La manera en que él logró esto fue haciéndose maldición por nosotros.


Esto significa, no sólo que él fue considerado como una persona maldita por los hombres de esa generación inicua. Los cuales escondieron y apartaron de el sus rostros. Por considerarlo como una persona abominable y execrable. Llamándolo pecador, samaritano (un peyorativo en aquel entonces), y un demonio (Luc.11:15). Sino que también significa que fue maldecido por la ley. Ya que se convirtió en la garantía de la liberación de su pueblo. Siendo Dios, se sujetó a su propia ley, y tomo el lugar que por ley le correspondía a su pueblo. Y se le imputaron a El todos los pecados de ellos. Haciéndose así responsable por ellos. De manera que al encontrar la ley los delitos de su pueblo en Cristo, lo acusa a él en lugar de ellos, y lo maldice a él en lugar de ellos. Por lo cual, sufrió el peso de la justicia de Dios, aun por su Padre, quien no lo perdonó. Por el contrario, lo entregó en manos de sus acusadores terrenales para darle muerte. Esta muerte no fue una muerte cualquiera. Fue la peor muerte que podemos imaginar. Como la que se le da a al peor criminal de la época. La maldita muerte de cruz. Como está escrito:


“Maldito todo el que es colgado en un madero” (Deut 21:23)


A pesar de que esto fue un acto hecho por propósito, consejo y determinación eternos de Dios, nuestro Señor Jesucristo se entregó a ese plan por su propia voluntad y libre consentimiento. Sin poner objeción o resistencia alguna. Pues de su propia gana dio su vida por amor a nosotros e hizo de su alma una ofrenda por el pecado que expió de una vez y para siempre nuestros pecados pasados, presentes y futuros.


Algo que ningún héroe de Israel por muy laureado que sea, pudo ni podrá hacer. Pues ninguno de ellos es Dios. A pesar de que sus sacrificios fueron aceptos por los hombres y dignos de loor, ninguno de ellos fue acepto por el Padre.


Solo el sacrificio de Cristo tiene esa capacidad. Porque es un rescate hecho en él, por el y para él, por amor a sus escogidos. Un rescate sin igual, perfecto y eterno.

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